miércoles, 23 de septiembre de 2009

Y luego desperté

Sentada en la cama blanca a orillas de la playa en aquel hotel 5 estrellas de Cancún te conocí y mi vida cambio. Solo intercambie unas palabras contigo y al parecer te conocía de otra vida. Bebimos vino tinto y nuestra música fueron las olas. Hablamos interminables horas, lo suficiente como para amar tu sencillez y tus claros ojos. Cuando el viento acariciaba tus cabelleras un fuerte olor a fresas entraba en mis fosas nasales como una tibia y cálida brisa. Me aprendí tus lunares visibles de memoria. Cree un mapa mental de tu cuerpo desnudo. Bendito el Norte, maravilloso el sur. Te sentaste tan cerca de mí que quise besar tus labios pero a las personas extrañas no se besan. Rozaste por casualidad mis manos al servirme vino, te ofreciste a frotar tus suaves palmas en mi espalda para ayudarme con el bronceador y yo accedí. Grave error. Mientras más cerca te sentía de mí, mas deseaba besarte, tocarte, olerte, soñarte. Mi pecado favorito, esto no está aceptado en la sociedad. No puedo desearte tanto porque en casa me espera el. Y tú volverás a tu vida, me olvidaras. Con mis manos acaricie tu cabello largo color marrón oscuro, me penetraste con la mirada, me hipnotizaste. Me acerque a ti, no me detuviste. Te bese. Sentí mil emociones dentro de mí, algo distinto, algo que ningún hombre me había hecho sentir. Tú calaste hondo mi pecho. Llegó la noche. Ahí estábamos en la arena todavía besándonos, acariciándonos, respirando aceleradamente. Lagrimas de deseo rodaban por tus rosadas y pecosas mejillas. Sabor a miel tenían ellas. Imaginaba como seria el olor de tu cuerpo, si tu cabello olía tan delicioso. Maravillosamente olía a frutas frescas. Melón, uvas, peras y hasta manzanas. Eras todo un manjar. Desesperada quería probar tus jugos. Me susurraste al oído que viviera el momento y me olvidara de lo que me esperaba en casa. Lo que no sabias es que ya me lo estaba viviendo. En mi casa era en lo menos que pensaba, mi mente estaba en blanco. Me viví cada segundo, cada instante, cada grano de arena blanca. Dormimos, despertamos, vivimos, deliramos. Llego la mañana y con ella te fuiste. No sé cómo encontrarte, ya estoy en mi hogar. No tengo un número de teléfono ni un nombre ni una dirección… nada. Pasan los meses y recuerdo tu olor, tu voz, tu cuerpo (el cual nunca tuve), tu risa y sin casi conocerte te extraño, te deseo cada día más. Planifico viajar al mismo país, el mismo hotel y la misma fecha todos los años de mi existencia. Hasta encontrarte y tenerte en mis brazos. Hoy sentada en donde te conocí, varios años después de nuestro único encuentro te pienso, te llamo en mis pensamientos a gritos. El cansancio me vence y caigo rendida. Siento las yemas de unos dedos cálidos acariciando mis labios y dudo en abrirlos. Casi caigo de rodillas, rogándole a Dios que seas tú. Lentamente voy abriendo los ojos y ahí estaba esa hermosa figura radiante frente a los rayos del sol. Una sonrisa cruzo tu cara. Mis manos reaccionaron ante tal belleza y te acariciaron sin cesar. Quería hacerte parte de mí. Sentada frente a ti, bese tus labios, acaricie tu rostro, solté cada botón de tu transparente camisa, dejando al descubierto tan redondos pechos, los cuales la gravedad no había afectado. Simplemente perfecta. Mis dedos rondaron tus firmes pezones, mi lengua saboreo tu cuello, tus clavículas, tu ser, tu esencia de mujer. Moldeado tu abdomen, precioso tu ombligo, despampanantes caderas y glúteos, piernas alargadas, ni un error, ni un defecto. Simplemente hermosa. Justo como te había imaginado mil noches desnuda frente a mi espejo. Tu mi primera y única mujer. Mi error y mi bendición. La salvación de este mundo fingido. Al abrazarte alimente mis entrañas, tuve fuerza, respire aire fresco. Lo pierdo todo y te gano a ti. La causa de cada desvelo desde aquel día. Beso húmedo te doy en tus muñecas justo por donde se siente tu sangre correr, donde tus latidos se hacen fuertes, donde tu calor emana. Lamo la coyuntura de tus brazos, mordisqueo levemente tus hombros, recorro cada recoveco de tu cuerpo de la nuca a los pies con mi boca. Te escucho gemir, gritar, reír, llorar. Suelto tu cinturón de castidad y dejo caer al arenal tus pequeños pantalones cortos, tu diminuto traje de baño. Nos besamos, exploramos cada centímetro dentro y fuera de nuestros cuerpos, nos volvimos una y


despierto

solo fue un sueño…

Nunca he estado en Cancún!

Por:
Muñeca Delgado de Jesús
9/02/09
3:37 pm



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